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El barrio que decidió no cambiar

Actualizado: 20 oct 2020


Muchas veces cuando se habla de romance pensamos en parajes de película o lugares emblemáticos como el callejón del beso en Guanajuato, pero ¿qué tal si te digo que aún la llamada jungla de asfalto tiene sus rincones?

La tarde lucía gris y se percibía fría, las nubes eran el aviso de una tarde de lluvia, pero cuando uno se dice turista (aun siendo local) el clima es lo de menos, por lo que con paraguas y café en mano estábamos completos, listos para caminar y perdernos en una zona sureña de la CDMX llamada Chimalistac y que aunque es muy muy pequeña en tamaño, es lo opuesto en valor artístico e histórico. Como si hubiéramos buscado un contraste drástico, iniciamos la caminata en la conflictiva esquina de avenida de los Insurgentes y el eje 10 Sur, la cual mostraba una postal típica que cualquiera de nosotros hubiera llevado a la mente al saber en qué ciudad estamos; sin embargo, este monstruo tiene magia pues no todo es tráfico, edificios y asfalto... habiendo avanzado unos cuantos pasos nos encontrábamos en una calle empedrada con un amplio y arbolado camellón, llamada irónicamente Paseo del Río y lo digo así, pues en la actualidad su nombre resultaría extraño para cualquier persona que perdiera de vista nuestra trágica historia con el agua, pues la vista actual se encuentra muy lejana de aquel idilio con los grandes lagos y ríos que maravillaron a los españoles en su llegada al Valle del Anáhuac. Hoy en día no hay río, solamente se conserva su trazo y unos vestigios de aquellos años que con orgullo forman parte de su encanto a los cuales iremos llegando más adelante.

Tip: Para llegar lo puedes hacer a través de la línea 1 del Metrobus que recorre Av. Insurgentes y se encuentra entre las estaciones Dr. Gálvez y La Bombilla; puedes hacer nuestro recorrido iniciando por ambas partes, tan solo alejándote un poco de la avenida hacia su lado oriente.

Adentrándonos al pasado

Esta pequeña colonia y la zona del ahora Coyoacán tienen su origen en un pueblo prehispánico dependiente del señor de Azcapotzalco, quien lo elevó de rango con uno de sus hijos como gobernante, hasta que en consecuencia al mal trato, los mexicas y los Acolhuas se unen para someterlo y convertirlo en un pueblo tributario de la llamada Triple Alianza, que no era otra cosa más que la unión de las fuerzas de tres ciudades (Texcoco, Tenochtitlan y Tlacopan), quedando conectado de mejor forma con los demás centro económicos, aunque no fue sino hasta 1521 que inició su periodo de mayor crecimiento derivado del triunfo español sobre los mexicas, pues no debemos perder de vista que Hernán Cortés se estableció aquí junto con su grupo durante un par de años, pues en el centro de la ciudad se libraron batallas como parte de los intentos de conquista que la dejaron bastante destruida. Finalmente cuando ya estaba en mejores condiciones, Cortés se muda y cede nuevamente la posesión de los terrenos a la familia del antiguo gobernador mexica como pago por su lealtad y a su vez, la familia ya con gran influencia española deciden donar parte de una finca a la Orden de los Carmelitas Descalzos, donde al tiempo instalaron lo que fuera parte de la huerta del Colegio Carmelita de San Ángel, el cual por décadas se favoreció de las cristalinas aguas que por acá circulaban y aunque ya no existe, como si se buscara continuar ciertas tradiciones a los pocos metros de haber iniciado el recorrido nos encontramos un pequeño vivero, el cual es utilizado para una pequeña producción de diferentes plantas de ornato que le dan vista a la zona.

Sus calles y las fachadas nos hacen buscar un filtro mental en tonos sepia, el cual se rompe eventualmente con el ruido del paso de un vehículo, pues aunque pudiera suponerse que la tranquilidad se debe a que es un fin de semana, lo cierto es que también la hemos recorrido entre semana con resultados muy similares, no obstante que tenemos a una sola cuadra de distancia la avenida más larga de México, quizás octubre no es la mejor época del año para caminarla, pues se cambian los colores de las flores que adornan el andar, por el tono ocre de las hojas secas producto de otoño y el suave caminar sobre ellas. Hemos avanzado apenas unos 500 metros y después de encontrar en la calle de Victoria No. 104, una casona semi-abandonada que pareciera haber sido construida con piedras sustraídas de zonas arqueológicas, lo cual resulta paradójico pues a tan solo unos 10 metros se encuentra una oficina del INAH, ni más ni menos que la Dirección de Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicas, por lo cual confiando en el buen quehacer de nuestras autoridades descartamos tal teoría de conspiración. Es momento de hacer una desviación hacia una de las calles que la conectan, aunque cualquiera pudiera resultar interesante al saber que en Chimalistac se encuentra una docena de construcciones que datan de los siglos XVII, XVIII y XIX.

Tip: Si recorres el barrio entre semana, encontrarás uno muy distinto a los fines de semana y con ello ventajas y contras; en sábado o domingo hay muy pocos autos circulando y podrás transportarte en el tiempo siglos atrás, aunque no encontrarás prácticamente ningún negocio abierto, pues se convierte en una zona completamente residencial.

Nuestra primera parada es uno cuyo nombre resulta curioso, pues es llamada la Cámara o Ermita del Secreto, la cual tuvo como finalidad ser un espacio de oración y aunque pareciera cosa de otro mundo o que se está usando un truco, su nombre obedece a que si te colocas en una esquina del mismo y hablas hacía la pared muy suavemente, alguien que se encuentra completamente del otro lado puede escuchar claramente tu confesión sin que quienes se encuentren en medio de ambos se enteren, tristemente este fenómeno que seguramente debe tener su explicación en la resonancia y la acústica, ya no puede ser probado pues por seguridad y conservación del espacio actualmente se encuentra cerrado por una reja (En el Ex-Convento del Desierto de los Leones, también puedes probar este efecto en una ermita que se encuentra en la parte posterior, lugar al que me acompañarás en alguna publicación más adelante) y aunque este espacio fue de uso religioso, al llegar el siglo XIX los terrenos fueron expropiados para uso público y se convirtió en un sitio muy buscado por los tórtolos, pues también se encuentran en el paseo algunas peculiares fuentes como la llamada Fuente del Huerto en la calle de Rafael Checa y del Carmen o la ubicada en la calle de Fresno, la cual te invita a sentarte frente a ella para relajarte, meditar o simplemente disfrutar el sonido del agua fluyendo.

Descubriendo el encanto

Para seguir romanceando a la sombra de los árboles y con el sonido de los árboles meciéndose, retomamos la calle Paseo del Río, en ella tenemos algunas fachadas que invitan a asomarse por alguna rendija, como esperando encontrar a una familia de la aristocracia mexicana del siglo XIX disfrutando de su finca de descanso y no estamos fantaseando tanto, pues de acuerdo a los reglamentos del INAH, aún se conservan varias catalogadas como monumentos históricos, entre las que más destaca la casona que alberga el Centro de Estudios de Historia de México Carso, el cual podríamos visitar en otra ocasión… pero no solo son casas, a través de sus calles y pequeños callejones también fuimos encontrando en lo que fuera el cauce del río, algunos puentes de mampostería que hoy lucen fuera de contexto, pues solo sirven atravesar lo que por debajo también se puede cruzar caminando y aunque en su momento servían para ir de un lado a lo otro del río sin mojarse o para que los alumnos del Colegio de San Ángel practicaran sus sermones mientras eran escuchados por sus compañeros y profesores sobre la ribera del río, hoy en día solo funcionan para regalar una bella postal o para que algunas parejas se tomen de la mano, se sienten a platicar o como nos ha tocado, alguna quinceañera o modelo siendo fotografiadas para aprovechar el escenario natural.

Siguiendo nuestro camino, llegamos a la Plaza Federico Gamboa la cual durante mucho tiempo llevó el nombre simplemente del mismo barrio, en la cual se encuentra otra de las construcciones del periodo colonial; la Parroquia de San Sebastián Mártir, la cual aunque ha tenido algunas modificaciones más recientes, se logra respirar el siglo XVI mientras la observas desde una de las bancas que se encuentra frente a ella, desde las cuales podrás entender las razones de su declaración como monumento histórico en 1932 y del porqué con el transcurrir de los años fue llevado principalmente por vecinos de un casco abandonado a un centro de culto, pues su valor arquitectónico enriquece las calles empedradas que hemos caminado.

A unos pasos más, hacía la parte posterior del templo encontrarás un parque que recientemente fue remozado, devolviéndole la grandeza que un lugar como éste merecen, pues en él ocurrió un evento que sacudió a México en el año de 1928, del cual si te parece podremos platicar en otra ocasión.


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